El vuelo del amor

Cuando llegue al bar pispié por el ventanal y lo vi ahí sentado, lo único que se me paso por la mente fueron recuerdos, llevaba puesta una camisa azul, como las que siempre usaba y el pelo con un tono muy blanquecino casi a los hombros, dude si entrar unas dos veces mientras me dirigía a la puerta, me acerque lentamente con una lagrima corriéndome por la mejilla, se levanto me miro y me dijo - Que linda estas, siempre igual. En mi mente me replanteé varias veces el estar en ese lugar en ese momento, me ofreció algo que tomar y yo no me negué, - Lo mismo de siempre. Le dije - Un cortado con mucha espuma a la señorita. (Dirigiéndose al mozo) Yo todavía no podía creer que él se acordara de eso habían pasado tantos años, no paraba de mirarme como buscando algo en mi rostro, tal vez un gesto una mueca que le dieran algún indicio para poder comenzar a hablar. Empezó a hablar de las viejas épocas de mi madre muerta, de su hermana desaparecida entre otras mil y unas desgracias más hasta que me largo un: - ¿Vos como empezaste tu nueva vida? No sabía que responder, era un tipo ya desconocido para mí, no podía contarle mi intimidad a un extraño, que hacía o que no, pero no podía no responderle, ya estaba ahí. - Que se yo, empecé con un curro medio plomo, cuidaba dos pibitos a los cuales no les entendía casi nada, después me echaron de ahí por un día llegar medio copetiada de haber estado la noche en depresión, mi ida empezó a ser una revolución y como vos siempre me dijiste que la revolución es un sueño eterno, empecé a soñar, hice cada día lo que tenía ganas en una noche de locura y desastres conocí a un tipo hermoso de un porte increíble, con él tuve una hija, se llama Angela. - ¿Angela? ¿Hija? ¿Marido? Pregunta con los ojos brillantes - Si, igual que tu vieja, era un nombre hermoso, siempre me encanto. Mauro se agarro la cabeza y empezó a sacudirla como desesperado, comenzó a gritarme que jamás me había olvidado y que había pensado que yo a él tampoco, intenté calmarlo, diciéndole que jamás lo había hecho y que por esa razón le puse el nombre de su madre a mi hija, él no paraba. Apoyo ambos puños en la mesa se inclino hacia adelante quedando a dos centímetros de mi cara, me miro a los ojos y me dijo - Te espere estos treinta y cinco años para que vos vengas y me digas que Tenes marido y una hija. ¿Sabes porque yo sigo vivo? (me pregunta) porque pensar que algún día ibas a volver a estar en mis brazos era el incentivo de cada una de mis mañas. ¿Pero sabes qué? Ya no. Con la cabeza entre las manos salió corriendo del bar donde transitaban millones de personas al día, una frenada y tres gritos me contaron entera la historia. No quise ni mirar lo que mis palabras habían causado. Pague los cafés, agarre mi cartera me pare y me fui antes de perder el vuelo.